Un grupo de investigadores de varios países siguieron la pista a 186.151 británicos. Cuando iniciaron el estudio, publicado en Journal of the American College of Cardiology, los más jóvenes tenían 55 años y los mayores, 73. En todos los casos sus dos padres ya habían fallecido. Les preguntaron qué edad tenían sus progenitores cuando murieron y los controlaron durante los ocho años siguientes.
Transcurrido ese tiempo, los investigadores han comprobado que la mortalidad de entre aquellos cuyos padres vivieron más allá de los 69 años es un 16,5% menor por cada década extra de vida de alguno de los padres. Aunque el tabaquismo, el abuso del alcohol, la obesidad o el sedentarismo también tiene su parte de responsabilidad, una vez controlados estos factores, la conexión entre padres e hijos longevos se mantenía.
El riesgo de sufrir un infarto baja hasta en un 20% si los padres viven 80 años o más
Esta relación se repite a la inversa. "También hemos visto que los hijos de padres de vida más corta tienen un mayor riesgo de morir", añade en un correo. Atkins aclara enseguida que se trata de un estudio que muestra tendencias generales: "Si alguien se expone a los grandes factores de riesgo, esto pesará más en su salud que la edad a la que sus padres murieron", completa.
La investigación se adentra también en las enfermedades que más inciden a medida que se envejece. La práctica totalidad de afecciones relacionadas con el corazón aparece correlacionada con la edad que alcanzaron los padres. Por ejemplo, la hipercolesterolemia, la hipertensión el riesgo de infarto puede reducirse hasta un 20% si los dos padres o alguno de ellos llegaron hasta los 80 años o más.
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