¿Cómo es posible que el azúcar nos haga sentir aletargados?

Muy fácil. La sucrosa, o sea, el azúcar blanca refinada, es una combinación de dos azúcares simples, la glucosa y la fructuosa. Existe una enzima en los intestinos conocida como sucrasa que descompone rápidamente la sucrosa en glucosa y fructuosa. La corriente sanguínea absorbe la glucosa y el exceso de ésta se almacena en el hígado. La glucosa es la gasolina del cuerpo y debe existir una cantidad constante de ella para poder realizar cualquier trabajo, como es el funcionamiento de los músculos, los movimientos físicos, la digestión, los latidos del corazón, hasta el acto de pensar. Como resultado, se llevan a cabo una serie de mecanismos complejos en el organismo, para mantener en un mismo nivel. La concentración de la glucosa dentro de la corriente sanguínea. Esta concentración es de un promedio de cien miligramos de glucosa por cada cien mililitros de sangre, lo cual viene a ser, aproximadamente, un gramo de azúcar por cada litro. Si la concentración del azúcar en la sangre sube de este nivel, el páncreas empieza a liberar una sustancia química llamada insulina, para neutralizar la glucosa y bajar su nivel en la sangre. Si la concentración de glucosa en la sangre baja mucho el hígado, donde hay glucosa almacenada, libera este azúcar en forma de una sustancia llamada glucógeno.
Teniendo este mecanismo básico en mente, es fácil darse cuenta de cómo el azúcar refinada afecta al organismo. Digamos que usted ha tenido un día muy difícil en la oficina, y a las tres de la tarde usted se siente exhausto, pero todavía faltan dos horas para salir. Entonces usted recuerda los anuncios de páginas completas que hablan de que “el azúcar es energía”. Usted lo cree y se bebe una taza de café con mucha azúcar y, quizá se devore dos barras de caramelo al mismo tiempo. Acaba de congestionar su organismo con casi cien gramos de azúcar pura y la glucosa de su sangre de repente sube hasta ciento ochenta miligramos por ciento. Se ha ocasionado usted mismo una “diabetes temporal”, o expresado con más delicadeza una hiperglucemia. Usted se siente débil, cansado y totalmente carente de energía. Si tiene suerte, su páncreas empezará desesperadamente a producir insulina, para contrarrestar la sobredosis de azúcar y, en una hora, más o menos, se empezará a sentir mejor. Probablemente habrá gastado un dólar, le habrá extraído a su páncreas su preciosa insulina, y se habrá saturado de setecientas cincuenta calorías que no necesitaba, ni deseaba. Además, la cantidad exagerada de insulina secretada por el páncreas ocasiona que usted empiece a sentir un hambre increíble. ¿Se siente que lo engañaron? Claro que sí.

Pero, ¿Cómo es que el azúcar ha llegado a ser un negocio tan grande? No siempre fue así. Al principio era tan popular en la alimentación como las lenguas de colibrí, y mucho más cara. En 1300, cuando se introdujo por primera vez en Europa proveniente de la India, medio kilo de azúcar le hubiera costado el equivalente a diez mil dólares. En un gran banquete, probablemente el rey espolvoreaba unos cuantos gramos de la sustancia blanca en sus costillas de cordero. A medida que pasó el tiempo y la producción aumentó, el precio empezó a bajar. Se establecieron plantaciones azucareras gigantescas en las Antillas y se plantó remolacha en Inglaterra. Ya en 1850 el azúcar era barata y existía en abundancia, para envenenar a las masas. En 1975 el azúcar refinada se ha convertido en el adulterante más común que se usa en la mayor parte de la industria procesadora de alimentos.

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